Cuando tenía 3 años mi papá trabajaba casi todo el día, y cuando llegaba a casa lo único que quería era recostarse y leer su periódico.
Yo, lo único que quería cuando el llegaba, era estar con él. Así que me acercaba y le pedía que me dejara leer con él. A veces me decía que no porque había noticias muy feas, pero como yo insistía en hacerlo, al final accedió. A veces leía en voz alta para que yo lo escuchara, a veces sólo me mostraba las imágenes de los libros.
Poco a poco fui relacionando las letras y comencé a leer con él. El primer libro que leí fue Caballo de Troya. Obviamente teniendo 3 años, no lo entendí, sin embargo, conseguí estar con mi papá a lo largo de esa lectura. Cuando él me vió y oyó leer sin su ayuda se sintió muy orgulloso, y yo me propuse hacerlo aún mejor. Seguí leyendo, en busca de su aprobación. Al fin había encontrado algo que compartir con él, y no pretendía dejarlo.
Cada año, en las fiestas decembrinas o mi cumpleaños, pedía que se me regalara un libro, con el paso del tiempo, he llegado a tener una biblioteca personal más amplia que la de mi papá.
Conforme fui creciendo, me fui distanciando más de mi papá, pero leer ya era un hábito para mi, y no lo he dejado de hacer.
Leo para relajarme, para concentrarse, para aprender, y para poder enseñar, para cuando necesito reir, y también llorar. He encontrado una variedad enorme de libros, y me he aventurado a conocerlos, no tengo un género preferido, simplemente me encanta leer. Dice mi hermana que casi es un vicio en mi la lectura porque siempre estoy ahorrando para comprar más libros.
Tal vez tenga razón, pero no dejaré de leer. Me hace sentir bien, leo por el mero placer de vivir una historia diferente a la mia.
Creo que ese es mi por qué. El por qué me gusta leer. El por qué leí Caballo de Troya 6 veces. El por qué que espero, les haya gustado leer.
viernes, 30 de septiembre de 2011
domingo, 11 de septiembre de 2011
Una pequeña sonrisa.
Todos poseemos cierto grado de divinidad en nuestro interior, sin embargo, pocos son los que, inclusive tras muchos años de vida, consiguen hallar esa esencia sobrenatural que tienen, y que, al ser empleada de la manera correcta, los lleva de forma adecuada a la culminación de una vida placentera, que, ya en el ocaso de nuestros días, provocará de modo inminente, que en ese rostro, se esboce una sonrisa, el más simple y puro gesto que existe, ese que de manera indistinta, siempre denota que sinceramente, la vida se ha disfrutado. Al inicio de nuestra vida, cuando somos muy pequeños, no ponemos objeción alguna ante esa imperante necesidad de contraer los músculos del rostro para sonreír, dicen, que inclusive, el sonreír es un buen ejercicio, y más aun el reír, ya que una carcajada pone en acción, hasta 400 músculos de nuestro cuerpo, algunos de nuestro estómago que solo con una carcajada, se activan, por eso es tan fácil mantenerse sano cuando eres un niño, pero, ¿qué provoca que conforme vamos creciendo, perdamos la costumbre de reír? La vida no cambia, cambiamos nosotros, nos damos a la rutina, al estrés, y nuestra esencia divina, ese niño interno que no debemos de perder, se va quedando cada vez más en el olvido, nuestra alma va perdiendo alegría, las preocupaciones, enojos y frustraciones, opacan los detalles que pueden iluminar nuestro rostro; empero, es decisión de uno mismo, la actitud que tomamos ante las situaciones que se nos presentan, y si bien, nos afecta a nosotros, también puede tener cierta influencia sobre las personas que nos rodean, puede ser que tu sonrisa le alegre el día también a otra persona, sonreír es dejar salir el niño interno que tenemos, ese que es capaz de cambiar el mundo, con sólo regalarnos de vez en cuando, una pequeña sonrisa.
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